Ya son bastantes los ríos de tinta que han corrido a propósito del
tema de moda: la calidad de la educación[1].
Muchas editoriales y crónicas en los principales periódicos del país, así como
muchas discusiones abiertas en los foros virtuales y en las redes sociales que
aglutinan grupos de maestros del país, han tenido como tema central este tema
tan controvertido y complejo que debe contemplar no solo los aspectos
pedagógicos, sino los logísticos, administrativos, laborales y, por lo tanto,
sociales. Pretendo con este borrador presentar,
a mis hipotéticos lectores, algunas reflexiones que considero importantes para
pensar en una educación fortalecida y que responda a las necesidades e
intereses de nuestros jóvenes estudiantes.
Quiero presentar una pregunta guía, planteada desde la perspectiva
del otro y no desde la mía propia; es la que me hace un estudiante imaginado
para increparme y cuestionarme (por no decir angustiarme): “¿Qué me puedes enseñar tú que yo no
encuentre hoy en la red, en la televisión, o en la calle?” (¡Plop!). Vamos
viendo que el problema de la educación hoy es mucho más complejo de lo que aparenta.
Si bien la información está disponible en cualquier lugar y a cualquier hora,
se necesita del maestro. Pero ¿para qué? ¿Acaso para vigilar? ¿Acaso para
decidir? ¿Acaso para evaluar? Parece que asistimos a una especie de derrota,
por no decir agonía de la institución escolar.
Esta pregunta sobre qué puedo enseñar me pone en un lugar de enunciación
donde indefectiblemente debo hacerme cuestionamientos profundos: en primer lugar, me pone en una perspectiva
de valores más que de conocimientos; luego, me sugiere que la evaluación, de
por si camino complejo, largo y culebrero, va mucho más allá de la
calificación, la competencia o el desempeño; tercero, me invita a pensar en
aquello que quieren y necesitan los estudiantes y, finalmente, sobretodo, me
cuestiona en quién soy yo para determinar que la escuela es la que
definitivamente sabe y tiene la última palabra sobre lo que quieren o necesitan
sus estudiantes.
Esto es mucho más incierto y problemático de lo que parece. Quizás
uno de los factores que más influye sea el económico, pues se constituye en un
elemento decisivo y protagónico en la crisis en la cual se encuentra la
educación: podemos presentar en primer lugar el déficit de recursos en el cual estamos
sumidos desde hace unos años por culpa de las políticas de recorte fiscal
jalonadas por organismos internacionales; a esto se debe sumar la creación de
una cultura de la mendicidad: hoy es un delito pedir un libro, una fotocopia,
no se pueden pedir materiales, porque los padres siempre están raudos para la
queja, veloces para el reclamo. Se piden 100 pesos y ya se escucha un murmullo
soterrado sobre la “gratuidad de la educación”. Así, y junto con el refrigerio,
los subsidios de transporte, los de asistencia y las familias en acción se ha
creado una generación de mendigos, pobres, pedigüeños y miserables que se
acostumbraron a la gratuidad y que no están dispuestos a poner un solo centavo
para invertir porque el Estado les ha dado siempre la limosna; así una educación,
pobre, miserable, sin recursos, sin equipos, a la retaguardia total de las nuevas
tecnologías y a la cola de los colegios privados, abre cada vez más la brecha entre
ricos y pobres; la diferencia es cada vez más abismal: la inequidad, la exclusión,
la poca competitividad en relación a aquellos que pagan y que tienen otro tipo
de oportunidades de formación, son el pan de cada día de nuestras nuevas
generaciones.
Pero el factor económico tiene otra cara; la del día a día, la de
la cotidianidad, la que nos lleva a todos a trabajar mucho para poder tener todo
aquello, que los medios dicen, son las señales de prestigio, distinción y
diferencia. Los jóvenes son el grupo más favorecido (y más vulnerable) a este
inteligente movimiento de la economía. Se usan las adscripciones identitarias
para que el joven consuma: la ropa, los accesorios, los adornos corporales, la
música, la manera de vestir, el caminar. Nuestros estudiantes no son ajenos a
los estereotipos, figuras e ídolos que ven permanentemente en la televisión y
en el internet. Quieren ser iguales o diferentes, pero quieren participar de lo
que les vende el mundo. Y para esto se requiere dinero. Dinero que pueden obtener
por medio de sus padres -que se ven “a gatas” para pagar arriendo,
alimentación, transporte, servicios, fuera de las demandas de sus hijos (muchas
veces se da a estas la prioridad por la culpa que genera dejarlos solos)-; o
este dinero se puede conseguir de manera rápida (y no por ello fácil): delinquiendo.
Mucho hemos escuchado sobre los jóvenes que roban y matan por un celular, las
niñas prepago que trabajan para comprarse un jean, los que matan por un par de
tenis. Muchos son los casos. Y la escuela mira perpleja y se pregunta ¿acaso
somos nosotros los artífices de tal situación?
Esto nos cuestiona. Nos pone contra la pared. Y nos hacemos muchas preguntas: “¿qué pasa con estos muchachos que no
quieren hacer nada? ¿no son suficientes las miles de oportunidades dadas y que
no toman? ¿será que la solución son los ciclos? ¿o será el SENA y la
articulación la salvación a nuestros problemas?, ¿será que hemos estado
equivocados? ¿qué pasa con sus familias? ¿será que están solos?” Puedo
pretender algunas respuestas: que los papás dejaron la responsabilidad de la
formación, del afecto, del cariño, de la compañía o de la guía espiritual a
todos los actores sociales (la escuela, la televisión, los medios de
comunicación, etc), y que la familia también está en crisis. O como dijo hace poco un profesor: “lo que pasa es que los papas del sector
salen por las mañanas con dos bolsitas en la mano, la de la basura que dejan en
la esquina y la del hijo que dejan en el colegio”. ¡Qué tremendo dilema!
Tal es la disyuntiva que hace unos días un profesor decía que le
gustaría que viniera un genio, un sabio, alguien que supiera mucho y nos dijera
qué hacer, cómo actuar, dónde buscar las puertas; en fin, alguien que nos diera
el ovillo de Ariadna para salir de este laberinto, para solucionar la situación.
Lo cierto es que ese genio, mago, sabio o culebrero (incluso la misma Ariadna) no
tienen la solución para la vida de esta sociedad enferma. Y digo enferma en
tanto ya no somos ciudadanos sino consumidores, en la cual se mide lo que se tiene
y no lo que se es; enferma y trastornada profundamente pues los referentes para
el actuar no son éticos y políticos sino farandulescos y espectaculares, pues en
este país siempre será más fácil ver ídolos de papel y estrellas efímeras, que
enfrentarnos con esta política corrupta, viciada, injusta y completamente
sumida en la impunidad, como es la Colombiana.
Mi propuesta es que nos detengamos a pensar nuevamente en la
pregunta con la que inicié: ¿Qué puedo enseñarle a mis estudiantes que no está
ya disponible para ellos en los flujos de información que se dan gracias a la
tecnología actual? A lo mejor la respuesta sean valores: los que ya no se
inculcan en casa porque están solos; los que se desdibujan en una narcopolitica
llena de deshonestidades, impunidades, roscas e intolerancia. Valores que
parecen que no valen en este nuevo narcopais que emerge y dice a los cuatro
vientos: “se vale todo para tener dinero”. Preguntas miles. Respuestas pocas. No hay genio de la lámpara, no hay héroes. No
hay Ariadna. Solo nosotros y este laberinto. Que la fuerza nos acompañe.
Nota adicional: Para el día en
que termino de escribir estas líneas ha habido la noticia de unas estudiantes
que pretendieron envenenar a su profesora en Facatativá – Cundinamarca. ¿Estamos en crisis?
[1] Sugiero la lectura de los siguientes
artículos:
-
El Tiempo. Ser maestro oficial. Una profesión que está
en crisis. Publicado el 25 de abril de 2012 y disponible en: http://www.eltiempo.com/vida-de-hoy/educacion/ser-maestro-oficial-una-profesion-que-esta-en-crisis_11656721-4.
-
El Tiempo. Se necesitan estimulos para que sea mas
atractivo ser profesor. Publicado el
25 de Abril de 2012 y disponible en: http://www.eltiempo.com/vida-de-hoy/educacion/se-necesitan-estimulos-para-que-sea-mas-atractivo-ser-profesor_11656722-4.
-
El
Espectador. Derechos sindicales vs Calidad de la Educacion. Publicado el 24 de abril de 2012 y
disponible en: http://www.elespectador.com/opinion/columna-340865-derechos-sindicales-vs-calidad-de-educacion. Este
artículo hace referencia a la gran cantidad de prebendas y privilegios que
tenemos los docentes; descarado por demás, hace alarde del generoso régimen
prestacional y de salud de los maestros, de la cortísima jornada laboral
presencial, de las exiguas 22 horas de clase; en fin, pone de manifiesto que
las reivindicaciones laborales de los docentes se encuentran por encima de la
calidad de la educación. Sobre este articulo se generó todo un movimiento en la
red para responderle a la periodista; por ejemplo, se habló acerca de las
amenazas y agresiones que vienen soportando muchos docentes (caso Colegio Fanny
Mickey, por ejemplo); del papel que nos toca desempeñar como profesores: entiéndase
psicólogos, psicoterapeutas, trabajadores sociales, cuidadores, policías,
orientadores, educadores especiales, guías espirituales y hasta mamás o papás;
del parámetro de estudiantes que puede ser de 40 a 50 estudiantes (profesores
de primaria), hasta 500 estudiantes (caso de los docentes de secundaria o media);
se pone también sobre la mesa la responsabilidad social que se le ha endilgado
a los profesores: si hay “traquetos” es que hay malos profesores; si hay
prostitutas es que hay malos profesores; si hay delincuentes, guerrilla, sapos,
en fin, si en este país hay guerra, ha sido porque los docentes de este país,
en diferentes momentos históricos han puestos por encima de su labor
profesional lo que la periodista llama las reivindicaciones laborales. Una
buena pregunta para esta periodista y para todos aquellos que están de acuerdo
con sus planteamientos podría ser ¿y dónde estaban los papas y las mamas de
estos retoños de delincuentes? Donde estaba la familia? ¿Acaso les acompañaron
en sus deberes escolares? ¿Acaso se encontraban presentes como autoridad
efectiva en el hogar? La discusión
continúa abierta.